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Tengo ojos castaños que me juran que se vuelven verdes cuando les toca el sol. Algunos los llaman pardos y otros de niña buena, aunque los segundos son los que no me conocen una mierda. Es como esa gente que me pregunta que para cuándo un corte de pelo. ¿Perdona? ¿Estamos locos? Jamás me cortaré el pelo, es mi bandera y mi orgullo, porque cuando lo llevo suelto, rizado y revuelto me siento libre, sirena y pantera.

 

Vivo en una casa llena de flores de la que sales oliendo a primavera, con la cabellera hecha enredaderas y el estómago contento, al ladito de una señora que no recuerda cuántos años tiene pero que me prepara un bizcocho de manzana cada veintiuno de junio a las doce en punto. Vivo a cargo de una perrita ciega y otra que te comería a lametazos si pudiera. Vivo buscando besos que me inspiren, ojos que me desnuden y abrazos que me ayuden a cicatrizar. Vivo pensando en fugarme otra vez, en todos los tatuajes que aún no me hecho, en todas las veces que podría haber muerto y en las que tendría que haber aprendido a disfrutar más del momento. Vivo, a pesar de las veces que pensé que no quería estar viva, la diferencia es que ahora sé cocinar tarta de queso.

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