Nací en Objat, un pueblito de tres mil habitantes en Francia en el que viví hasta los siete años. Luego nos tuvimos que mudar a Barcelona, al ser de madre portuguesa y padre alemán pude adaptarme fácilmente a una nueva cultura y a nuevos idiomas.
Nunca he sido bueno en arte, de hecho, llegué a suspender dibujo, aunque la literatura en cambio siempre me había intrigado. A los doce años me aventuré, escribí y la sensación sigue intacta en mi memoria. Desde entonces no he dejado de escribir, cada vez que me vuelvo a leer puedo ver cuanto he crecido y que sigo evolucionando.
El poemario de Yavko es en cierta medida una introspección, un baúl en el que he guardado pedazos de mí.