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Autor

Suzet Leyva González (SLG) y Dianna García Leyva (DGL).

Ellas comparten mucho más que la sangre: las une su sensibilidad común, una raíz poética que atraviesa generaciones, geografías y estilos. Este libro es prueba viva de esa conexión. Lo que las diferencia —la época, la formación, el contexto— se vuelve también lo que las nutre. Entre ambas reconstruyen las poderosas raíces de su árbol genealógico que da fruto en su poesía, germinando con la palabra ancestral, la palabra naciente.

Suzet escribe desde la tierra de los que emigran, cargando con las voces del exilio, la dignidad de lo invisible, la memoria de lo perdido y la fuerza de una sabiduría profunda. Su poesía es un espejo limpio donde se ve el dolor del mundo: los olvidados, los marginados, las guerras, los hijos que duelen, los silencios que gritan. Es una voz madura, rebelde y filosófica que interpela la conciencia y la fe, y que se atreve a mirar a Dios con preguntas desnudas. Dianna, por su parte, escribe desde la isla que no deja de parir ausencias. Su palabra es fuego místico, vuelo interior, exploración de lo femenino y lo invisible. Su estilo es onírico, sensorial, lleno de imágenes que transforman la experiencia cotidiana en una dimensión metafísica. Su poesía nace de una sensibilidad visceral que encuentra lo sagrado en lo mínimo: en la piel, en el suspiro, en la intuición. Juntas, han hecho de este libro un ADN visceral, donde las fibras son versos, heridas, creencias, intuiciones y una profunda fidelidad a lo auténtico, convirtiéndolo no tan solo en una obra literaria, sino también en una manifestación simbólica del linaje espiritual que puede existir entre dos generaciones que palpitan a través del arte. Este libro no se escribe desde la vanidad ni desde la academia: se escribe desde el fondo del alma. Desde el deseo urgente de decir, de dejar constancia, de transformar el dolor en belleza, y la belleza en testimonio.

No es una poesía para pasar de largo: es para detenerse, para oír a los sin voz, para llorar lo que se calla, para recordar que incluso en la derrota hay luz. Porque, al final, ambas autoras nos recuerdan que la poesía no está en el papel, sino en la piel de quien la vive. Que un verso puede ser un grito, una caricia, un espejo o una plegaria. Y que, cuando se escribe desde las entrañas, no hay generación que separe, ni exilio que borre, ni olvido que venza.

Ha escrito …