«¡Un ovni, estoy viendo un ovni!», fue mi primer grito de
asombro al verlo. Para entonces, corría el año de 1991 y estaba
en su apogeo la guerra de Kuwait debido a la invasión de Irak.
En esa fecha, yo vivía en Hato Nuevo (La Guajira), Colombia,
lejos del pueblo donde transcurrió mi niñez y adolescencia.
Todo se remonta al año de 1969. Con mi hermano Luis (Lu-
cho), nos hicimos miembros de la Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días. Él mencionó que los mormones
creían que los ovnis son el medio de transporte de DIOS y sus
Ángeles, y esa afirmación perduró en mi vida. Escudriñando
las Sagradas Escrituras, fui encontrando pasajes que describían
astronaves celestiales, pero las definían como columna de nube
en el día y de fuego en la noche. En el Éxodo, dice el profeta
Moisés, DIOS observaba a los israelitas desde dicha columna y
descendía a la Tienda del Encuentro en una nube ligera. Desde
mi primera exclamación de asombro, seguí observándolas, o
ellos a mí, para ser más preciso. En el año 2001, fijé mi nueva
residencia en la ciudad de Medellín, y continuaron observán-
dome, y a ustedes también… desde que nacemos hasta que
morimos.
Con palabras sencillas, para ser entendidas por todo público,
les hago mi invitación a indagar en este libro lo que nos espera
a futuro con su constante presencia en nuestros cielos, y qui-
zás usted también exclame como lo hice yo… ¡Un ovni, estoy
viendo un ovni! Y para ese instante, ya sabrás quién te observa.