Rubén Soto no se formó en academias, sino en la escuela de la vida. Perdió a su madre joven, vendió gusanitos en ferreterías, y levantó un imperio desde una cochera. Supo del éxito… pero también del abismo.
Tras caer, eligió mirarse por dentro y reconstruirse con verdad. Descubrió que lo bueno también cuenta, aunque a veces duela más verlo. Desde entonces escribe como quien abraza con pala-bras: con ternura, con coraje, con alma.
Hoy comparte su historia para que otros no se rindan. Cree que la sociología puede tener corazón y que una frase, dicha a tiempo, puede salvar un día. Su voz no enseña: acompaña. Y ahí radica su magia.
