Autor

Soy un burgués exhippie. Fui actor en el antiguo D.F. No pude convivir con el medio y frustrado me retiré a ser hippie. Fumé marihuana y me opuse al sistema con mi comunidad de hermanos desadaptados.

Cuando llegué al hongo y al LSD, me explotó la cabeza y, tras enfrentar mi muerte, me elevé a ser el planeta Venus. Estaba en el Cosmos. Traspasé la luz y tuve que enfrentarme conmigo, captando la compleja personalidad que, como ideas del yo, había hecho de mí mismo.

Se me reveló la persona que había estructurado en la conciencia con ideas de mí mismo en reacción a la vida, y me arrodillé ante el universo, herido de saberme polvo humano ante la luz y el cosmos.

Cambié mi vida. Me casé y tuve hijos. Y me dediqué a estudiar, intensamente. Me urgía saber qué había sucedido durante mi viaje de LSD.

Empezó a desarrollarse una pirámide intuitiva en mi ser. Y ella me reveló que, cuando me convertí en el planeta Venus, había sido Quetzalcóatl. Así que empecé a devorar libros sobre arqueología preamericana. Encontré el origen, contenido y destino del concepto de divinización que conlleva El Camino de Quetzalcóatl, entre grandes maestros franceses, alemanes y mexicanos.

Tuve la oportunidad de armar el rompecabezas de los símbolos de Teotihuacán, buscando captar el sentido de sus contenidos profundos, deformadas por siete siglos de las civilizaciones herederas, que la interpretaron desde sus usos y costumbres: los toltecas, culhuas y mexicas.

Han pasado cincuenta y dos años de aquello, y hoy escribo libros sobre lo que significan mis descubrimientos. Este es el más importante de ellos.

 

 

 

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